Este año no iré más allá de recordar el último mensaje institucional de nuestro Rey, sin duda en horas bajas. Preocupado por los que sienten como él tras el mensaje dirigido a minorías españolas acosadas, muestra de una desconocida empatía monárquica sin precedentes, tras los denunciables acontecimientos sucedidos el pasado 1-Oct en toda Cataluña. Hasta la prensa del "Régimen" reconoce su exceso, sin el cual no podría existir mañana un momento para la rectificación. En previsión de que su mensaje se fuese a quedar corto también se permitió el lujo de adueñarse sin pudor alguno de la efigie de Carlos III, retratado por Anton Raphael Mengs, como símbolo no se sabe muy bien de qué. Porque el mensaje que arroja el retrato sería muy creíble y necesario en la España del siglo XVIII, pero suena aterrador y totalmente prescindible viniendo de un tipo que vive en pleno siglo XXI.
El rey está representado con armadura y manto regio, resaltando sobre un fondo de interior palaciego con cortinaje y ancha pilastra sobre pedestal. La mano izquierda describe un gesto imperativo y en la derecha sostiene el bastón de mando. Muestra sobre el pecho las insignias de tres órdenes militares monárquicas: el Toisón de Oro y las medallas de las órdenes del Saint-Esprit de Francia y San Genaro de Nápoles. La amplia faja a la cintura y la espada, cuya empuñadura se aprecia al costado, completan la imagen, en la que los elementos militares se integran dentro de una concepción cortesana.